Imaginemos que usted y yo formamos parte de la élite mundial, la que de verdad manda y toma las decisiones de calado. No me refiero a los políticos títeres, comprables todos (quizás alguno se escape, pero no será de un país relevante) y aupados o no según convenga a los que mueven el cotarro. Sigamos imaginando: hemos llegado a la conclusión de que el ritmo actual de crecimiento de la población del planeta es insoportable y que queda poco tiempo para que el actual sistema (donde nosotros poseemos la inmensa mayoría de los recursos, de manera muy desproporcionada al resto de la gente) se puede ver dañado. Hemos hecho números y no cabe duda posible: sobra gente en este planeta para no poner en riesgo nuestro actual statu quo. Somos, por tanto, fervientes maltusiamos (ver aquí).

Nosotros los de las élites somos los dueños de los grandes fondos financieros, con tentáculos mediante diferentes marcas comerciales en la industria de las armas, la farmacéutica, la tecnológica, la de los medios de comunicación (incluyo el entretenimiento) y la de la alimentación. Controlamos el discurso de la ONU, del FMI, del Foro Davos, por supuesto de la OMS, de la gran mayoría de ONG… Es decir, tenemos mucho poder. Sucede que, como todos los elitistas somos bastante cabrones, normalmente nos vamos dando navajazos unos a otros a la mínima que podemos. Competimos por ser el cabrón número uno. Pero en este caso, no nos queda otra que hacer una alianza eventual si nos queremos quitar de encima varios cientos de millones, mientras más mejor, de seres humanos. Imaginar, por ejemplo, un continente como África rebosante hasta arriba de veinteañeros es demasiado insostenible. Y a nosotros nos gustan las cosas controladitas. Hay mucha gente por todos lados, demasiada gente. ¡Basta! Estamos claros en que hay que reducir la población… ¿Cómo lo hacemos?

Decisión difícil, desde luego. Matar a gente provocando guerras está muy visto y, además, se necesita una acción global que se nos podría ir de las manos. Hay que hacer las cosas sin mancharse demasiado, de manera que la inmensa mayoría de la población nos lo agradezca, aunque no entienda poco o nada lo que de verdad está pasando. Formalmente hemos de vestirnos de benefactores, de millonarios bondadosos que nos hemos vuelto filántropos. Podemos incluso exponer públicamente nuestros planes en las conclusiones de esta Agenda 2030, gran camelo, que nos hemos sacado de la manga. Total, nadie las va a leer y nosotros nos tapamos, no sea que vayamos a cagarla con el karma… Que ninguna autoridad celestial, si la hay, nos pueda decir luego que hemos engañado a nadie.

El resto se tratará únicamente de fabricar una nueva variante de gripe (como ya hicimos antes con la aviar, las vacas locas…) pero en esta ocasión la cosa no irá únicamente de vender millones de vacunas y medicamentos para volvernos más asquerosamente ricos, sino que podemos aprovechar para inocular algo más que esterilice todo lo posible a un par de miles de millones. Lo vendemos todo culturalmente con nuestros medios apesebrados (el 90 por ciento del total), creamos censura en nuestras redes sociales, nos sacamos una Greta por allí, otro Noah por allá, decimos que cambiar de sexo es lo correcto, que la familia es un concepto caduco y definimos lo que es un buen ciudadano usando como arma el miedo al nuevo virus. Daremos la orden de que todos los que mueran sean contabilizados como causados por nuestro bendito nuevo virus y listo, pandemia en marcha y vámonos que nos vamos. En unos años tendremos el resultado: seguiremos dominando el cotarro.

– Realmente es usted muy listo, señor élite oriental. Me ha convencido: en este caso nos vamos a unir por una causa común. Hay que quitarse a gente molesta de en medio. Ya habrá tiempo de seguir con nuestras peleas habituales por el poder y el control. Sólo una pregunta más: habremos de modelar el lenguaje para entrar en las cabezas de nuestros inferiores. ¿Cómo llamaremos a los que no comulguen con nuestra tesis sanitaria?

«Negacionistas» me parece un buen nombre. ¿No lo cree así, señor élite occidental?

– Muy atinado. Luz verde por nuestra parte.

 

Todo esto, lógicamente, es una fabulación salida de una mente febril. La verdad científica es lo que dicen los «expertos» de la televisión.