El autor junto al edificio del antiguo parlamento de Abjasia

La isla de John Silver El Largo

«El sobre estaba lacrado en varios puntos y sellado sirviéndose de un dedal, quizá el mismo que yo había encontrado en el bolsillo del capitán. El doctor abrió los sellos con gran cuidado y ante nosotros apareció el mapa de una isla, con precisa indicación de su latitud y longitud, profundidades, nombres de sus colinas, bahías y estuarios, y todos los detalles precisos para que una nave arribase a seguro fondeadero. Medía unas nueve millas de largo por cinco de ancho, y semejaba, o así lo parecía, un grueso dragón rampante. Tenía dos puertos bien abrigados, y en la parte central, un monte llamado El Catalejo. Se veían algunos añadidos realizados sobre el dibujo original; pero el que más nos interesó eran tres cruces hechas con tinta roja: dos en el norte de la isla y una en el suroeste, y junto a esta última, escritas con la misma tinta y con fina letra, muy distinta de la torpe escritura del capitán, estas palabras: Aquí está el tesoro». Releo La Isla del Tesoro cuando marcho camino de la Isla de la Juventud, curioso topónimo adoptado por Fidel en los años setenta debido a que jóvenes cubanos y de otros países estudiaban aquí en escuelas rurales y trabajaban cultivando cítricos. Históricamente, esta isla ha sido conocida de diversas formas: desde La Evangelista por Cristóbal Colón a Isla de Pinos, de las Cotorras o Siguanea, como la llamaban sus primeros habitantes.

dsc01882Robert Louis Stevenson la bautizó como Isla del Esqueleto en su extraordinaria noxela que finaliza con John Silver el Largo escapando con su parte del botín, único pirata de los amotinados que mostró cintura y reflejos para cambiar de bando cuando las cosas se pusieron feas y salvar la vida. El viejo marinero con una sola pierna no tiene problemas para funcionar como servil cocinero o como capitán de los ladrones, según sople el xiento y sean las circunstancias. Al final de la lectura, el antagonista traidor se ha convertido en protagonista, hasta el punto de que uno se regocija de que evite la horca y haga fortuna. Al menos a mí me pasa. Stevenson se basó en la Isla de la Juventud para situar la acción de su inmortal obra. Razones no le faltaron para animarse. Repaso mi documentación al respecto: Ullivarri habla de un «acomodo tranquilo y casi inviolable para los piratas»; el capitán Keppel añade literatura: «Tan seguramente como vemos multiplicarse las arañas allí donde hay huecos y hendiduras, presenciaremos también brotes de piratas». Alejada lo suficiente de los puntos fortificados bajo control español, no muy apartada de las rutas de las flotas que transportan la rapiña imperial, esta isla que hoy quiero xisitar ejerció como magnífico escenario para la piratería internacional. Contrabandistas, piratas, bucaneros y corsarios procedentes de Inglaterra, Francia, Holanda, Portugal y la misma España se dieron cita para hacer carrera como soldados de fortuna en un Caribe tremendamente turbulento entre los siglos XVI y XVIII. Muchos ascenderán a caballeros, almirantes y nobles de Albión y de los Países Bajos. No pocos pasarán al serxicio oficial de la Marina de su Graciosa Majestad Británica o serán considerados héroes por Holanda, como es el caso de Pieter Pieterzoon Heyn. Hagamos un repaso de los nombres más célebres de los que se han enseñoreado de esta isla entre asalto y asalto de ciudades cubanas: los británicos William Dampier, Francis Drake, Thomas Baskerville, Juan Oxman, Henry Morgan, John Hawkins; los franceses François Leclère, Francis el Olonés, Jacques de Sores, Pierre Franc, Pedro el Vasco; los neerlandeses Roc el Brasiliano, Cornelis Cornelizoon Jol, Alexander Olixier Esquemelin y Lorenzo de GraW, entre otros. También hubo, ojo, corsarios armados con patente del Gobierno de La Habana, como sucede con los españoles Bartolomé Valadón, Pepe el Mallorquín y el cubano Andrés González. Isla de Pinos nunca ejerció de base permanente para esta tropa, como sí sucedió con Isla Tortuga, la de Jack Sparrow y sus Piratas del Caribe. Desde su descubrimiento por Cristóbal Colón en 1794, funcionó como tierra de puro tránsito y aprovisionamiento. Los más habituales fueron bucaneros, descritos así por Descourtilz en su Voyages d’un naturaliste por ser los ocupantes de un boucan o terreno costero sin cultivar donde se colocaban parrillas para curar la carne. Erigían chozas protegidas por cueros y su principal actividad era la caza de puercos y reses salvajes. Tipos de esta ralea, además de piratas de pura cepa, se convirtieron en los escasos pobladores de una isla a la que prestaron su huella para la toponimia. Punta Francés y Cabo Pepe constituyen dos buenos ejemplos en el mapa.

Ojo, algunos de los tesoros que se ocultaron en las grutas o se enterraron bajo una equis no forman parte únicamente de la leyenda. Así, el New York Times Magazine publicó el 29 de marzo de 1925 en relación al ahorcamiento de un tal Latrobe: «¿Qué ha sido de su tesoro? Ésta es una pregunta que ha preocupado a muchos habitantes y visitantes de la Isla de Pinos. La noche anterior a la ejecución se dice que Latrobe pudo sacar un pedazo de papel a uno de sus grumetes con intención de hacerlo llegar hasta Jean LaMtte (…). Todo lo que se sabe del mensaje de Latrobe es que llevaba la información de que su tesoro estaba enterrado a noventa pies desde el origen de un manantial hirviente». No me digan queno suena emocionante. Por cierto, estos mismos norteamericanos siguieron la costumbre de elevar a los corsarios a rangos oficiales después de sus correrías: sin ir más lejos, al propio LaMtte le fue concedido en 1819 el título de gobernador por parte del Supremo Congreso de la República de Texas. Curiosamente, nuestro LaMtte acabaría dándoles la espalda a sus socios yanquis para enrolarse en círculos revolucionarios europeos impregnados de la doctrina socialista. Bien pensado, podemos concluir que se trató de un filibustero socialista. ¡Qué cosas!

Fue la desidia de las autoridades españolas la que permitió de forma incomprensible que Isla de Pinos funcionase durante siglos como santuario para piratas. El notable geógrafo Rodríguez Ferrer denunció en 1876 lo siguiente:«iYcómo España, contantasguerrasexteriores en los dos anteriores siglos, con tantas civiles en lo que llevamos del presente y estando esta isla en medio de las rutas más frecuentadas por el mar de las Antillas, isla que reconoció el propio almirante Drake con su escuadra y otros que han hecho en sus playas aguada y leña; cómo esta isla pudo librarse en su olvido de ser tomada por otra nación extraña?». Un caso excepcional que merece la pena ser resaltado es el de Diego Grillo, el más famoso de los piratas cubanos, por tratarse de un mulato al mando de un bajel. Suena exótico. Pepe el Mallorquín es el otro gran referente para los pineros, puesto que era un tipo que operaba con el consentimiento de los vecinos, a los que ofrecía protección y entre los que distribuía parte de los botines capturados en sus aventuras marinas. Lo que viene siendo una especie de patrón. Las pocas autoridades presentes en la isla hacían la vista gorda, conscientes de que Pepe era la única defensa armada presente en el territorio. Su asentamiento se encontraba muy cerca de lo que es hoy la población de Santa Fe, la segunda en importancia de la región. En diciembre de 1922 (hablamos ya de pleno siglo XX) los hombres del Mallorquín se midieron a las fuerzas inglesas y resultaron vencedores gracias al apoyo de la población local. Un año más tarde regresaron los ingleses para eliminar a Pepe. Doce meses de cruenta guerra les costó cantar victoria. Cuentan las crónicas custodiadas en el Museo Municipal de Nuexa Gerona que «en el último combate Pepe resistió bravamente y disparó tantas veces su trabuco que se le reventó en la mano. Herido de muerte, se refugió en casa de Rosa (su esposa), donde falleció. Los corsarios pelearon ferozmente disputando palmo a palmo el territorio al enemigo». Sin duda, Pepe es un ídolo local. Un pirata sirve de referente. Muy grande.

dsc01870El color del agua es sensacional. En ningún momento de las sesenta millas de travesía la profundidad supera la media docena de metros. Tan cerca y tan lejos, como tantas otras cuestiones en la vida. El barco va a tope de pasajeros. En unos días comienza el Festival de la Toronja, el carnaval local, y no son pocos los que desean ir tomando posiciones. Lamentablemente, no todos los barcos que tienen que ver con la isla resultan tan agradables. No tardo mucho en averiguarlo: Rubiselda (mi anfitriona para la ocasión; es la que con habilidad primero me ha abordado en el puerto y siempre me ha gustado premiar la audacia) me pone al día de un asunto realmente dramático: «En nuestra isla no hay tanto control de patrullas marítimas como en otros lugares de Cuba, así que de aquí sale mucha gente en busca de mejorar su vida. Por desgracia, un gran porcentaje no lo logra. Hace tan sólo unos días hemos sabido que una lancha con 35 personas a bordo ha acabado con 31 fallecidos. Sólo cuatro han sobrevivido, y además han acabado deportados. Ya sabes que, cuando te traen de vuelta a Cuba después de haber intentado la fuga, se recibe como poco una amonestación y una multa de 3.000 pesos cubanos. En caso de no poder pagarla, se va preso. Pero en este caso, con tantos muertos de por medio, incluso pueden ser acusados de tráfico de personas. Sus pobres familias están como locas; en algunas ocasiones pasa que ni siquiera sabían que tenían pensado marcharse. Le he dicho a mi hijo que si en algún momento quiere salir en una lancha y pretende llevarse a su nena, yo misma lo denuncio si me entero. ¡La niña no corre ese riesgo y se queda conmigo!».

La embarcación a que hace alusión mi casera es una proveniente de EE.UU., en la que los coyotes cotizan el pasaje a ocho o diez mil dólares. Cuando se llega a tierra, si es el caso, ya sea en México o Cayo Hueso, los tripulantes deben formalizar un ingreso para ponerse al día con lo adeudado a las mafias. Como no se suele llevar dinero en efectivo en el mar, lo habitual es que la familia o contactos en el puerto de destino se encargue de la gestión. No se trata de algo menor, sino de una cuestión de vida o muerte. «Aquí mismo en la calle está la casa de un muchacho al que llaman Pepino. Como no pagó lo convenido, le cortaron una oreja para que sirviera de escarmiento al resto que pretenda no cumplir. Y además ha acabado deportado y ahora se encuentra en prisión…». Joder, qué mal todo.

El tema de las fugas es realmente dramático en Isla de la Juventud. Pienso detenidamente sobre ello mientras me aposto en el parque Guerrillero Heroico a apurar un botellín de cerveza (marca Presidente) y escuchar cómo ensaya la conga local para llegar afinada al inminente festival. Las estrellas lucen preciosas sobre nuestras cabezas, hace ya algunas horas que no veo circular un coche por las calles principales de Nueva Gerona y poco a poco comienza formarse ambiente en un garito llamado Rumbo, del que me han contado es el lugar donde se socializa. Y tanto que se hace. Ahí lo dejo.