El poder siempre ha ejercido una fascinación especial sobre los hombres. Para lograrlo, se han esgrimido diferentes estrategias: desde la fuerza de las armas a las intrigas, pasando por los crímenes políticos y, por supuesto, la movilización ideológica de las masas. ¿Cuál es la relación que debe mantener la ética con la política? Según la definición de Aristóteles, la tiranía es la monarquía que sólo tiene por fin el interés personal del monarca. ¿Les suena de algo esta definición?

El sabio añade: «Es el más funesto de los sistemas para los súbditos, porque está formada de dos malos gobiernos, al componerse de los elementos de la oligarquía extrema y de la demagogia, reuniendo así las faltas y vicios de ambos».

Levantemos la vista: desde que en 1985 se decretó la muerte de Montesquieu por la mayoría aplastante del PSOE, todos —repito: todos— los partidos que han tocado pelo en esta sistema ¿democrático? han tratado de hacer lo mismo: que el Poder Ejecutivo engulla los otros dos —«¿De quién depende la Fiscalía?», Pedro Sánchez dixit— y no exista contrapoder alguno. Creo que podemos afirmar que lo han conseguido: se han cargado el invento de la división de poderes. Esto ya es una partidocracia.

El asunto es que ya se ha llegado a un punto de degradación estética tal que el cemento armado parece algo liviano ante las justificaciones que se exponen para hacer exactamente lo contrario de lo que se había prometido. Si a eso se le unen los trajes de chaqueta que quedan grandes, el maquillaje tétrico para salir en televisión, los supuestos ayunos antes de las comparecencias y un nivel dialéctico propio de analfabetos funcionales… el panorama es excelente para hacer humor negro.

Cierro con Aristóteles: ¿cómo dijo que se sostenían las tiranías? Primero, produciendo el abatimiento moral de los súbditos (el pasotismo); segundo, generando la desconfianza de unos ciudadanos respecto de otros (polarizar la sociedad, guerracivilismo). Y tercero, provocando la extenuación y el empobrecimiento del pueblo (impuestos a tutiplén). El sabio de Estagira, hace ya algunos milenios, lo vio venir: nos previno de que, en este caldo de cultivo, el tirano disfrazaría su imagen y aparentaría virtudes —prudencia y moral— de las que carece.

Lo poco que queda en pie está en manos de la valentía de los jueces.

 

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