José Sacristán nació en septiembre de 1937. Plena Guerra Civil. Hagan la cuenta de su edad. Hace pocos días, ha leído de manera memorable, magnífica y sublime el discurso que Antonio Machado nunca tuvo la oportunidad de despachar cuando fue nombrado académico de la RAE. ¡Qué prodigio de interpretación! El poeta cuya infancia fueron recuerdos de un patio de Sevilla habrá sonreído desde cielo, junto a su hermano.
Durante un momento fugaz, mientras escuchaba embelesado su cautivadora interpretación del citado discurso, no pude evitar que un pensamiento me atravesara la cabeza: ¿la tenebrosa —lean a Asimov— inteligencia artificial sería capaz de replicar sus pausas y el temblor casi imperceptible en su mano al pasar de página? ¿Acaso podría incluso replicar a la perfección algún mínimo desliz cacofónico, tan sublime como humano?
Pues quizás sí. A estas alturas, me temo que cualquier cosa sea posible en medio del caos ontológico en el que nos han metido a todos: la IA nos muestra una realidad que puede ser —ya lo es, me temo— tan verdad como mentira. Relativismo al poder y, por tanto, gigantesca capacidad de engaño. La herramienta perfecta para una dictadura del pensamiento.
Yo quiero pensar que, aunque la insaciable máquina nos acabe gobernando —probablemente alcance la singularidad antes de 2030—, nunca podrá imitar la penetrante mirada, el fulgor en los ojos, de don José leyendo al inmortal poeta.