Agotado de ver cómo amigos muy queridos se quedan por el camino debido a las discusiones, insoportables para todos a partir de cierto punto, que genera el monotema. Agotado por escuchar a esos amigos decir que ellos «sí se preocupan por la salud de los demás», con cierta altivez moral, como si los que no comulgamos con la versión oficial nos diera igual que la gente muera. Ese planteamiento es incierto e injusto. A todos nos preocupa la salud, también la espiritual, pero algunos hemos entendido que caer en la obsesión por una variante de gripe con muy baja tasa de letalidad no es la solución, nos hace entrar en pánico, debilita nuestro sistema inmunológico e incluso nos puede hacer somatizar.

Recuerden los casos probados de embarazos psicológicos. La mente es muy poderosa, enormemente poderosa, de forma que, si le damos toda la autoridad a una única enfermedad y la convertimos en el centro de nuestra existencia, probablemente acabemos contagiados de tanto llamarla. Yo, que también creí en su momento la versión oficial, he vivido esa situación durante mi proceso de quimioterapia y hablo desde mi experiencia.

Agotado también por comprobar que asistimos constantemente a un conteo erróneo de los casos (ver aquí), agotado por la aparente omisión de los datos oficiales del propio Gobierno de España, que sostienen que 2020 ha sido el año con menos fallecimientos de los últimos seis (ver aquí). Agotado, en definitiva, por el constante estrés al que estamos sometidos por los medios, que sólo nos hablan de una única solución posible, la vacuna que hará tremendamente ricas a las grandes farmacéuticas… las mismas que casualmente financian a la oscura OMS, la única institución con legitimidad para declarar o no la existencia de una pandemia. Agotado de ver a íntimos amigos pedir públicamente que nos confinen como única salida posible, sin mirar la ruina económica, la depresión y el aislamiento que eso provocaría.

Todos estamos un poco agotados. Démonos un respiro. Al menos, que prevalezca la libertad de opinión.