Seré breve. Parece que el exceso de piel fina y de idiocia miope en los que marcan el compás de lo políticamente correcto en esta sociedad nuestra es algo más peligroso de lo que yo alcanzaba a entender. Hace un par de días he regresado de la FIL de Guadalajara (México) y me encuentro con un cartel que (presuntamente) anuncia la Navidad en Sevilla. Aparece en el mismo un tipo angelical con aspecto de homosexual que acaricia la Giralda, ubicada en su entrepierna, como si se tratase de su falo. Eso es lo que ve todo el mundo, pero si lo dices abiertamente corres el riesgo de que te tachen de homófobo o de cosificador (que no sé qué cojones es, por cierto)

Lo cierto es que aquella máxima del pensamiento presocrático del examen permanente del ideal moral como base para edificar la sociedad se ha convertido en una cursilería insoportable que hace que no se pueda decir abiertamente que, por ejemplo, este cartel vale perfectamente para celebrar el día del orgullo gay, pero que desentna como icono de una festividad tradicional-católica-familiar. Esto es como si a una persona acude a una entrevista de trabajo ataviado con su túnica de nazareno y yo opino que es normal que no lo contraten porque nadie querría un excéntrico en su empresa que no entiende el cuándo ni el cómo. Y luego me salta algún iluminado acusándome de que soy contrario a los nazarenos o algo por el estilo… Por favor, un mínimo de nivel.

En fin, sólo pido que a los que intentan mantenerse siempre en la estúpida equidistancia de la máxima igualmente estúpida que reza que «todo es respetable», deberán también respetar a los que tratamos de ser fieles únicamente a nuestro criterio y no nos avergonzamos por verbalizarlo. Aunque nos podamos equivocar.

 

Con todos los respetos: el cartel navideño no vale. A mí no, desde luego.