Mientras las corporaciones globales, las pata negra que realmente dirigen el planeta pasando por encima de la voluntad de los Estados-nación, gestionan a su conveniencia el nacimiento del cacareado Nuevo Orden Mundial, basado en el miedo e incertidumbres generados por la pandemia, en un país de segunda fila en cuestión de influencia y recursos, como es España, sus mandatarios aceleran todo lo posible para que el Gobierno se funda con el Estado y así generar una única unidad de acción (y de pensamiento, y hasta de destino) intocable a la cada vez más residual separación de poderes. Quien esté contra el Gobierno estará contra el país. Hacia eso vamos.

Pablo Iglesias, un político de raza y el hombre con más poder en el país, junto con el omnímodo jefe de gabinete Iván Redondo, no se esconde; lo ha anunciado campanudamente en más de una ocasión: su objetivo es quebrar el régimen de 1978 (“el candado” lo llama) para sustituirlo, si Europa no le pone freno ya, por un sistema más de su gusto. Ya sabemos cuáles son los ejemplos que aplaude alguien que no tiene reparos en llamarse admirador del legado de Lenin. A Sánchez, por su parte, le da igual Juana que su hermana con tal de mantenerse un día más en el poder, así que por ahí no parece que Iglesias vaya a toparse con una barrera.

La velocidad de crucero de los cambios implementados en ese sentido durante el Estado de Alarma es excepcional. Resulta muy interesante asistir como espectador a la agitación generada desde Moncloa por una milimétrica estrategia de información (y desinformación), merced a la hábil gestión de Redondo, y a la incendiaria y más tosca de Echenique. Las dos se complementan. La ¿oposición? no se entera de nada y siempre va por detrás en la generación del relato y de la opinión, instrumentalizados ambos mediante sentimientos primarios, como la lucha justa por la igualdad, el rechazo al racismo o el cartel de fascista del que piense diferente. Hemiplejia una y otra vez. Receta antigua. Pero funciona.

Henos aquí que ahora ha aparecido un nuevo elemento en mitad de esta actividad febril: el escándalo de las comisiones por el tren a La Meca en las que presuntamente habría participado el rey Juan Carlos y su amiga íntima Corinna. Ojo, porque la codicia podría acabar sirviendo en bandeja de plata el argumento definitivo para que Podemos termine de radicalizar a sus socios de Gobierno y utilice como excusa lo de J.C. para poner la puntilla al sistema monárquico parlamentario actual. Por cierto, el régimen que mayor progreso ha traído a España en su historia. De aquí a nada escucharemos argumentos como que defender el sistema actual supone estar de acuerdo con las mordidas regias y las cuentas fraudulentas en Suiza. Y, por supuesto, ser un redomado fascista que desea el hundimiento del pueblo. Quizás J.C. ha podido echar gasolina al trono de su propio hijo, que queda en una situación incomodísima y cuya figura representa la unidad de un país puesto en jaque. ¡Ah, la codicia!

 

La foto es de eldiario.es