El que fuera nefasto ministro de Justicia (2011-2014), Alberto Ruiz-Gallardón, se estrenó en el Congreso de los Diputados con una sonrojante promesa incumplida en relación a la necesaria independencia judicial: «Vamos a acabar con el obsceno espectáculo de ver a políticos nombrar a los jueces que pueden juzgar a esos mismos políticos». Lo recuerdo de forma nítida. El PP contaba entonces con mayoría absoluta y no tenía impedimento alguno para ejecutar esta propuesta, que, ojo,  figuraba con letras grandes en su programa electoral. Tan sólo ocho meses más tarde se consumó el fraude: el propio Gallardón firmó con el resto de partidos, con la honrosa excepción de la desaparecida UPyD, el reparto de vocales afines (entiéndase sumisos y dispuestos a tapar lo que fuere menester) en el Consejo General del Poder Judicial. Lo poco que quedaba de la división de poderes saltó por los aires. Montesquieu estaba muerto, enterrado y orinaban encima de su lápida.

Han transcurrido seis años desde aquello, los polvos se vuelven lodos y asistimos al nombramiento de una nueva fiscal general del Estado, en una decisión tomada por un narcisista que se considera a sí mismo el más progresista de la faz de la Tierra y que piensa que quien le lleve la contraria no puede ser otra cosa que un redomado fascista. Este tipo, Pedro Sánchez, es el presidente de un gobierno legítimo, no lo olvidemos. Dolores Delgado va a ser la señora encargada de defender los intereses de un país que se dispone a abrir una mesa de negociación con una de sus autonomías, de forma que se dinamita la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y el Parlamento deja de ser la sede donde reside la soberanía de todos los españoles.

¿Dará Dolores Delgado la batalla para defender el marco constitucional, lo que es su (teórico) principal cometido? Para responder a esa pregunta simplemente tomemos en consideración lo que ella misma dijo, durante una comida, cuando Villarejo, el famoso excomisario de Policía condenado, le confesó que había montado una red ilegal de prostíbulos con el fin de extorsionar a jueces, empresarios, políticos… mediante lo que él mismo denominaba información vaginal: «¡Éxito garantizado!». Ésa y no otra fue su respuesta aplaudidora cuando conoció la comisión de una acción, como mínimo, de apariencia delictuosa… ¡siendo ella en ese momento fiscal en ejercicio! Minutos después, este dechado de prudencia calificó a Fernando Grande Marlaska como «maricón» y anunció a sus compañeros de mesa y mantel (entre los que se encontraba su íntimo amigo Baltasar Garzón, juez apartado del cargo por prevaricación por su instrucción del Caso Gürtel) que había visto a jueces y fiscales con menores de edad durante un viaje a Colombia. Lo comentó en plan chascarrillo. ¿Lo denunció en sede judicial? No.

Esta mujer será quien ostentará la mayor responsabilidad del país «en defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público tutelado por la Ley, de oficio o a petición de los interesados, así como velar por la independencia de los Tribunales y procurar ante éstos la satisfacción del interés social». Bien, lo que se dice bien, no pinta. Sin embargo, mirado con perspectiva, es lógico que suceda esto de no poder confiar en la independencia judicial; es un asunto menor ahora que vivimos en la era de Política Líquida, como bien ha dictaminado la persona que acumula más poder en este país. 

– ¿Qué quiere decir con eso de líquida y quién es ese señor?, ¿se refiere a nuestro líder supremo Pedro Sánchez, el hombre que cuida de todos nosotros y todas nosotras desde su Falcon como un ángel de la guarda de los y las progresistas?

– Esto… no. Me refiero a Iván Redondo, la persona sin cargo oficial (así no se le pueden pedir responsabilidades públicas) que coordina y marca la estrategia de todo el gabinete de la mediocridad intelectual Sánchez. Ya sabrá usted que Redondo es el ideólogo, sin ideología, que asesora a Sánchez para lograr su única e irrenunciable prioridad: el poder por el poder. Cuentan que es un amante de esas series televisivas tipo House of cards donde se producen todo tipo de putadas y navajazos a cuenta de los sillones. Fue él, el propio Iván Redondo, quien por cierto luce ahora una magnífica cabellera injertada, el que dejó por escrito en su blog personal el catecismo que Sánchez cumple a rajatabla: «La promesa dada es una necesidad del pasado; la palabra rota, por el contrario, es una necesidad del presente». Ahí está todo dicho: efectivamente Montesquieu ha muerto y Maquiavelo ha renacido.

– No entiendo bien a qué se refiere, pero yo confío en mi Pedro. ¡Él nos salvará del franquismo y de los fachas!

 

La foto es de La voz de Galicia