Fue el mandatario chino Deng Xiaoping el que declamó aquel leit motiv que defiende que «ser rico es ser glorioso». Lo hizo allá por el final de la década de los setenta para marcar el camino de una China que se subía al carro de la economía capitalista sin abandonar su sistema de partido único, vulgo dictadura. La frase, más allá de sonar motivadora, esconde pura dinamita: aplicada al modo mandarín viene a significar que cualquier cosa que se haga y que conduzca a enriquecerte es pura gloria, algo honorable. La tenencia de dinero es el bien supremo, la razón de todo. Si en el camino se ha de cometer alguna fechoría, cométase. Perdido el ideal moral, todo se convierte en cuantitativo: conviértase usted en millonario y alcanzará la gloria. Si para lograrlo, pierde su dignidad e incluso su alma, no dude. Dispare. 

Miremos ahora a nuestro alrededor y observemos, pasados los años, si las consecuencias de aquella funesta tesis de Xiaoping son palpables en forma de una economía basada en una propuesta en forma de alud de bienes muy baratos, copiados de la competencia en muchos casos, y de baja calidad, para que rápidamente haya que tirarlos a la basura y comprar reemplazos. Lo barato sale caro. Y además contamina. Qué más da si eso no lo soporta el planeta: algún empresario amarillo se estará haciendo de oro y eso es glorioso. Dinero. No existe nada más. El ser humano es una termita insaciable. Ahora prima el modelo chino, pero no es una cualidad excluyente; antes lo hicieron otros igualmente dañinos.

Quizás algo similar a tal falacia esté sucediendo ahora en España. Hay un tipo que preside el Gobierno que alardea de su cualidad de resistir. Para él se trata de algo glorioso que fuera echado por sus compañeros de partido por considerarlo un peligro contra la propia esencia de sus siglas, y que luego volviese a encaramarse en el poder. No importa si por el camino ha tenido que mentirnos una y mil veces: asociándose con quien solemnemente había asegurado que no lo haría, no convocando elecciones aunque prometió lo contrario, no despidiendo a ministros por delitos que previamente repudió y tachó de inaguantables éticamente, falseando su propia tesis electoral… Para Pedro Sánchez, todo vale con tal de resistir en el poder. Ésa es su meta gloriosa. Por el camino, le trae sin cuidado confundir lo privado con lo público y vivir en el anuncio constante, con todas las televisiones a su servicio. Lo esencial aquí es el culto al líder, al iletrado que es capaz de resistir aunque no distinga lo bueno de lo malo. Como si la resistencia fuera en sí misma un bien moral. Qué falta le hace leer Ética a Nicómaco

-Oiga, acabo de enterarme que ese tal Sánchez del que habla ha escrito un libro de memorias de sus ocho meses en el Gobierno. ¿Cobrará por ello?

-En realidad, no lo ha escrito él. En relación a los beneficios, ha señalado que los donará «a los que desgraciadamente están olvidados, a las personas sin hogar».

-¿Olvidados por quién? Pero, ¿no es Sánchez el hombre con más poder en España? En todo caso, esas personas estarán olvidadas por su propia gestión, ¿no? Imagino que la gente le habrá afeado ese autobombo tan taimado.

-Está usted en un error, mi querido amigo. Lo cierto es que Sánchez recibió aplausos por ello y además, sepa usted, se trata del líder político más valorado en el país. No sé si le he contado que aquí en España el programa de televisión más visto se llama Sálvame y trata de gente que se echa en cara unos a otros los cuernos que se ponen. Normalmente se gritan todo el rato. Resulta deprimente, pero esa misma gente es muy valorada y reverenciada por los espectadores…

 

La foto está tomada de TVE, canal público que emitió la presentación del libro de Sánchez