Dicen los neurólogos que el humor es una cualidad asociada a la inteligencia y la honestidad. El señor Trueba, don Fernando, asegura que cuando afirmó que no se ha sentido español ni cinco minutos y que es una pena que Francia no ganase la Guerra de la Independencia (donde perecieron, entre combates y hambrunas, bastante más de medio millón de españoles) no es sino un canto en contra de los nacionalismos y una broma que, por supuesto, hemos interpretado mal. Es obvio que el resto de los mortales, yo al menos, no alcanzamos tanta exquisitez mental y sutileza. Claro que tampoco la mayoría logramos embolsarnos de una tacada 30.000 euros salidos de los bolsillos de los que consideramos nuestros no compatriotas. Hacerlo y soltar el exabrupto al mismo tiempo es de genio.

Pasado un año, el señor Trueba, don Fernando, se rasga las vestiduras ante lo que considera un boicot (pobres cifras de recaudación en comparación con un alto presupuesto) a su deslumbrante e ingeniosísima nueva película, y ha señalado que atacarla equivale a atacar al país. Literalmente. No deja de tener su gracia.

Llegados a este punto y alejado de todo linchamiento (así lo llaman) al oscarizado señor director, simplemente me pregunto qué sucedería si, por ejemplo en algo tan mundano como un club de fútbol, pongamos el Sporting de Gijón o el Atlético Baleares, qué más da, le dan un premio a un señor y este mismo señor se jacta en mitad de la ceremonia de entrega de ser del equipo contrario y de desear que sus anfitriones pierdan. Imagino que lo normal es retirarle ipso facto el galardón y enseñarle la puerta de salida por tamaña bordería y desbarro.

Si yo fuera el señor Trueba, don Fernando, al margen de citar a Kant (quién sabe si leerlo), yo haría dos cosas. La opción uno es disculparme con hombría, pidiendo perdón con todas sus letras y no diciendo que es que no entienden mi sentido del humor y que se ha sacado de contexto esto o aquello. Seguro que la inmensa mayoría cerraría el capítulo. Todos tenemos derecho a meter la pata y, al fin y al cabo, asistimos a atropellos mayores a diario. La opción dos, si no se ejecuta la uno, es devolver el importe del premio. En tal caso, desde luego se acaba el argumento del aprovechamiento descarado.

En cualquier caso, no hay que sulfurarse. Ah, una cosa más: todos los que no vayan a ver la película no lo harán por inquina ni atacan la marca España con su decisión. Oiga, que también los hay que no están interesados en pasar por taquilla para ver el resultado de parte de sus impuestos.