“El hombre es cosa pasmosamente vana, variable y ondeante, y es bien difícil fundamentar sobre él juicio constante y uniforme”. Son palabras del gran Michel de Montaigne, el pensador que decidió recogerse en sí mismo para buscar las soluciones de una sociedad que no le agradaba. Tal fue su razonamiento: “Recientemente me retiré a mi casa, decidido a no hacer otra cosa, en la medida de mis fuerzas, que pasar descansado y apartado la poca vida que me resta. Se me antojaba que no podía hacerle mayor favor a mi espíritu que dejarlo conversar en completa ociosidad consigo mismo, y detenerse y fijarse en sí”.

Fue Stefan Zwieg el que mejor puso negro sobre blanco su fascinante biografía (inacabada, puesto que el austriaco se suicidó antes de rubricarla). A través de sus páginas he recordado-aprendido que nuestra más imprescindible labor en este planeta al que maltratamos es la de conocernos a nosotros mismos. En el interior se encuentran las soluciones de todo.

Regreso a Montaigne: “El que hubiera de realizar su deber vería que su primer cuidado es conocer lo que realmente se es y lo que mejor se acomoda a cada uno; el que se conoce no se interesa por aquello en que nada le va ni le viene; profesa la estimación de sí mismo antes que la de ninguna otra cosa”.

Posiblemente, ésta sea la mayor lección que me ha brindado 2016, un año que me ha regalado energía para arrancar dos sellos editoriales a ambos lados del charco (viva Cuba) y para parir un nuevo libro de viajes. Y también a saber reunirme conmigo mismo y dar las gracias.

No es poco.