Junto a la oficina donde trabajo (tradúzcanlo por  intentar publicar buenos libros que tengan entrada en el mercado) se encuentra una fuente en medio de una plaza. Pleno centro de la ciudad. A mediodía un tipo se ha desvestido y se ha aseado en esa fuente a la vista de todo el mundo. Era un señor mayor. Ha dejado sus ropas amontonadas, y con unos gayumbos azules, algo desgastados, se ha introducido en el agua. Estaba flaco el hombre, las piernecitas no tenían mucha carne. Ha usado un pequeño bote relleno de un líquido verde que debía ser algún tipo de jabón. Pese a lo teóricamente bochornoso de la escena, el señor no me ha parecido impúdico ni lastimoso en su porte. 

Yo marchaba con cierta prisa (iba a nadar, tampoco crean que me traía entre manos algo especialmente sustancioso), pero me dio tiempo a percibir el entorno de la escena. Los que estaban sentados en los bancos cercanos hundían sus miradas en sus dispositivos móviles ajenos a todo. Espié sin demasiado disimulo qué era aquello que tanta atención requería: uno jugaba a los globos de colores que explotan, otra deslizaba la pantalla arriba y abajo mirando novedades a través de su perfil de facebook y una más escribía un mensaje trufado de (odiosos) emoticonos. El resto de los presentes hizo como que no se daba cuenta de lo que sucedía, imagino que para evitarse el trago de cruzarse la mirada con el bañista (insisto, un señor que pasaba largamente de los sesenta años) y tener que mantenerla, lo que hubiera supuesto asumir que somos perfectamente conscientes y no hacemos nada por remediar lo que vemos, ni siquiera nos informamos de por qué un anciano se asea donde los perros.

No me voy a excusar. Yo también seguí mi camino y rápidamente otro pensamiento ocupó mi mente sirviendo así de potencial analgésico al sentimiento de culpa por la inacción.

Luego, durante la tarde, me he frustrado en un par de ocasiones a cuenta de sendos proyectos de trabajo que llevo meses empujando y no terminan de salir. También me he llevado un enorme cabreo al conocer que el ministro Montoro nos va a crujir un poco más a los autónomos (menudo vampiro)… pero de repente he recordado la cara del bañista. La he recordado perfectamente. Y me ha invadido la tristeza por mi egoísmo.

Quizás mañana le vea de nuevo. Si es así, espero portarme un poquito mejor que los alelados de los teléfonos móviles y arrostrar la vida en lugar de perder el tiempo.