Los recientes y lamentables incidentes sucedidos en el barrio madrileño de Lavapiés en relación al triste fallecimiento de Mmame Mbage, el mantero senegalés, han dejado un reguero de pensamientos demagógicos que se han quedado flotando en el ambiente, como suele pasar en una sociedad poco crítica y reflexiva (la nuestra). Vamos a meterle el bisturí. 

El principal asunto expuesto como excusa para acabar (de forma indecente) acusando a la Policía de no sé qué persecución y con encapuchados reventando papeleras, farolas y escaparates por Lavapiés ha sido resumido con un sofisma casi perfecto: Sobrevivir no es delito. Estas cuatro palabras se han aireado como bandera para reivindicar que se cambie la ley y se despenalice el comercio de imitaciones. Es Podemos quien así lo ha solicitado-exigido, siempre desde ese altar de la superioridad moral en que se siente instalado. Lo emocional (que sobrevivan los inmigrantes) se enlaza con la normativa (permitir que algunos hagan negocio con los productos que otros inventan y diseñan gastándose el dinero). Es muy difícil resultar más zoquete: ¿quién se animará entonces a invertir en un país donde se patea la propiedad intelectual?

La cuestión de fondo es: ¿ésta es toda tu implicación social, buenista?, ¿dejar que los pobres subsaharianos malvendan productos de imitación con un margen de beneficios mínimo donde los que realmente se enriquecen son las mafias que plagian a las empresas que SÍ pagan los impuestos? Pues valiente mierda de política. La del gobierno actual, con cero pedagogía sobre las posibilidades reales de acción en un debate serio, tampoco es mucho mejor. Hay que pensar en soluciones estructurales y no de artificio.

PD: imagino que en la próxima gala de entrega de los premios Goya, donde los cineastas siempre andan tan cercanos al rollo de las pegatinas y al artificio de pensarse muy buenas personas, la recriminación a sus políticos de cabecera será máxima. Porque consentir alegremente el comercio de imitaciones es precisamente lo que más daño le puede hacer a una industria tan frágil (y dependiente de las subvenciones de dinero público) como es la del celuloide. Mi apuesta, sin embargo, es que no se dirá nada al respecto, imperará la hipocresía y volverán a tomarnos por idiotas.

 

(La foto es de Lasexta)