Bertrand Arthur William Russell es uno de mis héroes. Pensador brillantísimo y libre, este británico inmortal nos enseñó a poner todo en tela de juicio y a someterlo a nuestro raciocinio. Nada de lo que nos es impuesto como verdad desde el exterior reviste valor alguno si no logramos llegar racionalmente a la convicción de que es, efectivamente, cierto. De los quince a los dieciocho años sometió los dogmas del cristianismo a su propia lógica y los acabó descartando. Su libro ‘¿Por qué no soy cristiano?’ es el sesudo y sorprendentemente divertido análisis de los fundamentos de su agnosticismo.

Además de matemático, fue filósofo, escritor (Premio Nobel de Literatura) y destacado activista social. A comienzos del siglo XX defendió el sufragio femenino. Su argumento para explicar por qué algunos, muchos, hombres estaban en contra fue el siguiente: «Temen que su libertad para actuar de maneras que son ofensivas hacia las mujeres sea reducida». En 1907 se presentó a las elecciones para abrazar esta causa por el Partido Liberal. Perdió por goleada. También abogó por que los jóvenes pudieran tener relaciones sexuales sin pasar por la vicaría, la educación sexual, el divorcio ágil y los métodos anticonceptivos. Cuestiones que pueden parecer superadas hoy. No entonces.

Gente de la talla intelectual de Bertrand Russell sí merecen ser considerada agitadora social. Rescato un extracto de su joya ‘Ensayos impopulares’: «Admiro especialmente a cierta profetisa que vivía junto a un lago, en la parte septentrional del estado de Nueva York, hacia el año 1820. Anunció a sus numerosos discípulos que poseía el poder de caminar sobre el agua y que se proponía demostrar a las once en punto de cierta mañana. A la hora indicada, los fieles se reunieron por millares a la orilla del lago. Y ella les habló, diciendo: ‘¿Estáis todos plenamente convencidos de que puedo caminar sobre el agua?’. A una, todos respondieron: ‘Lo estamos’. ‘En este caso -anunció ella-, no hay necesidad de que lo haga’. Y todos se volvieron a sus hogares, sumamente edificados». Lo dicho: creer sin más lo que nos venden nos vuelve idiotas.

Alzo la vista y miro en derredor para ver si alguno de los que hoy en España se pavonean autodenominándose antisistema, contracultura, alternativo o algo por el estilo puede aspirar a juntar cuatro pensamientos propios, al menos cuatro palabras sin faltas de ortografía.

 

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