Escribo en caliente, lo que no sé si es bueno o malo. Acabo de enterarme del fallecimiento del profesor Colinet y no he podido evitar echar un ojo a los mensajes de teléfono, a ver cuál fue la última conversación que mantuvimos. En realidad, ahora que lo veo, no era muy reciente y había quedado sin respuesta por su parte.

Me ha tocado mucho el adiós del profesor. Hace un puñado de meses me llamó para comunicarme su diagnóstico y, supongo, tratar de encontrar alguna reflexión válida desde mi experiencia como paciente oncológico. Recuerdo que le sugerí algunas lecturas y le expliqué cómo yo, en su momento, ordené mi cabeza para digerir la noticia. También me preguntó por cuestiones legales y financieras. Absolutamente lógico.

En muchas ocasiones, la vida nos pone a prueba para sacar alguna enseñanza y, de alguna forma, extraer una versión mejorada de nosotros mismos. La cosa es que yo pensaba que, antes de aquella llamada de Coli, él ya estaba sacando a relucir una manera de sobrellevar sus circunstancias de una manera ejemplar. Siempre cariñoso y sonriente, sin maldecir el destino. Quizás también sin recibir la recompensa que, como genio de la comunicación que era, podría haber haber merecido. Él era de los de picar piedra sin llevarse las medallas. Será que no tenía el glamur de las estrellas… Injusticia.

Ahora me entero de que esa conversación que se quedó a medias, a medias se quedará por siempre. Al menos, en este mundo. Y no puedo evitar sentir un vacío mayor del que podría haber supuesto por su marcha. Quizás sea porque no son pocas las conversaciones que se me van quedando inconclusas y no sé qué pensar sobre ello. Guardaré este texto. Todavía no sé si lo compartiré.

Lo mejor será que rece por el profesor, un hombre bueno.

 

La foto es de su amigo José Manuel García Bautista.