Partamos de la base de que el término conspiranoico no está admitido por la RAE. Convengamos, sin embargo, que se trata de un adjetivo que procede del verbo conspirar (unirse contra un superior o un particular). Es decir, el significado original no hace referencia alguna al posible carácter de lunático, por ser disidente del pensamiento único, con el que se ha aliñado de un tiempo a esta parte al sentido del palabro conspiranoico. La moda actual va así: el que no comulgue o ponga en duda la verdad oficial, aunque sólo desee una información más plural, se convierte por defecto en un majara desconectado de la realidad. Si hablamos de la pandemia, quien ejerza de verso suelto será, además de un bicho raro, un tipo peligroso. Porque hablamos de la salud. Y con la salud no se juega.

De modo que creamos a pies juntillas la versión oficial de la OMS, que es la misma que la de su patrocinador financiero China… y, qué casualidad, la que interesa a las grandes farmacéuticas. Da igual que la eminencia que aisló el virus de la inmunodeficiencia humana, Luc Montagnier, diga que el covid es producto de un laboratorio. Se le desprestigia en los medios de comunicación comprados y santas Pascuas. Por dar igual, da hasta que una papaya dé positivo en los test y demuestre la enorme capacidad de error de la cuantificación de casos por los PCR. Se prohíben las autopsias y tira millas. Es lo de menos también que el tratamiento de choque estandarizado durante meses (los respiradores) fuera erróneo y provocase fatales desenlaces. Nada puede poner en cuestión la autoridad sanitaria de la OMS; no, por Dios. Ni media disculpa, ni media explicación por actuar tarde y mal.

Por supuesto, nada también de montar debates entre los defensores de la versión oficialista y los que disienten, no vayamos a liarla y que parte de la opinión pública le dé por reflexionar de forma independiente y quizás se dé cuenta de que el pensamiento único nos convierte en súbditos. Resulta más conveniente tratar a la población como niños, mandarla a aplaudir a las ocho y repetir mañana-tarde-noche el mantra infantil de que #salimosmásfuertes. Y, por supuesto, insistir en que el buen ciudadano es únicamente el que cumple a rajatabla unas normas insólitas y demenciales, nunca antes vistas: encerrar en sus casas a gente sana. Si alguien muestra una duda al respecto es porque se trata de un loco que pretende contagiar a los demás. Aislémoslo, es por su propio bien.

Si usted en su casa no entiende cómo una enfermedad puede ser asintomática (otro nuevo palabro) para la inmensa mayoría, no pregunte, no sea que le llamen terraplanista o fascista. Por cierto, antes del covid, ¿conocía usted alguna otra enfermedad mortal que casi todos pasan sin saberlo? Da igual, no conteste. No miremos tampoco quién se puede hacer de oro con el negocio de la salud, porque en la OMS son santos y cuidan bien de nosotros. Dudar está prohibido. Por favor, dejémosles hacer sin molestar con insidias y petición de transparencia en las cuentas públicas. Ya mismo va a estar la vacuna y no incordie con querer saber si llevará chip o no. Seamos ciudadanos responsables y, sobre todo, obedientes. Chitón, calla y cumple las normas. No pidas explicaciones si mañana cambiamos de criterio. Somos la OMS, sabemos lo que hacemos. Y tu Gobierno nos obedece.

Si está usted muerto de miedo, se lo aguanta. Nadie se muere por pánico o por estrés… ¿o quizás sí? No, no, seguro que no. El covid es la única causa posible. Ya nadie fallece por golpes de calor. Y, señores periodistas, no olvidemos hablar constantemente de brotes, todos los días sin falta. Aunque se trate de un caso individual, hay que reflejarlo todo abriendo página porque es importante mantener el grado de psicosis colectiva. Os recuerdo también que no nos abracemos. Es peligroso abrazarse. Quien lo haga a hurtadillas es un conspiranoico, no lo olvide señor autómata, digo señor ciudadano.

PD. Un niño pequeño va corriendo a refugiarse en las faldas de su madre, quien le pregunta qué le había asustado. El niño levanta la mano y señala tembloroso: “¡Gente!”. Desgraciadamente no es una anécdota inventada.