Cuando voy a votar, siempre llevo a cabo la misma reflexión en busca de la opción menos mala. Si yo tuviera que poner al frente de mi propia empresa (de la que depende la subsistencia de mi familia) a alguno de los partidos que se presenta, ¿cuál de ellos encarna la forma más eficiente de gestionar mi negocio, atraer inversión y clientes, expandirlo y hacerlo prosperar? A partir de ahí, por eliminación, elijo. El procedimiento es sencillo: aplicar para la generalidad lo que querría para mí mismo. No voy a votar para dirigir mi país y gastar mis impuestos a alguien que no quisiera para presidente de mi comunidad de vecinos.

Bien. Prosigo. Luego está el asunto de las faltas de respeto. El entonces ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, denunció en su discurso de investidura el «obsceno espectáculo de unos políticos eligiendo a los jueces que los podían juzgar». Con mayoría absoluta, el PP prometió cambaiar el sistema de nombramiento de los componentes del Consejo General del Poder Judicial, el estamento que controla la judicatura. La decisión de cumplir o no esa ¡promesa electoral! era política, nada que ver con la herencia de Zapatero (que dejó el país como un solar y con un déficit insoportable).

Pues bien, lo que sucedió es que el partido del Gobierno cambió de idea y suscribió un acuerdo con seis grupos parlamentarios (PP, PSOE, IU, CiU, PNV y UPN) que permite que el Parlamento (los políticos en definitiva) elija a los 20 miembros del CGPJ, cuando en campaña electoral había prometido que se pondría en marcha una ley para que al menos 12 de esos miembros fueran elegidos directamente por los jueces. Ya saben, aquello de la independencia judicial; básico para que los políticos no se tapen entre ellos ni se vayan de rositas cuando nos manguen.

¿Se han fijado? PP, PSOE, IU, CiU, PNV y UPN. Todos ellos hicieron la vista gorda para trincar algún representante afín a su causa. Sinceramente repugnante. El único partido digno que se negó a participar en la componenda fue UPyD. Este mismo partido acaba de decir adiós a la escena política tras no sumar votos ni para un parlamentario.

Su cabeza de lista era Andrés Herzog. Echo un breve vistazo a su currículum: ha trabajado durante una década como abogado en Norton Rose LLP en Londres y en el despacho de Garrigues en España. Ha llevado a juicio causas como Caja Burgos, Caja Segovia, las preferentes, Bankia, la privatización de la sanidad en Madrid, los casos Bárcenas y Pujol… No parece mal CV, pero no será parlamentario ni tendrá cuota de poder alguna.

Sí lo será Alberto Rodríguez. Ha salido elegido por Podemos en Tenerife. En la propia web de su partido presenta así su candidatura: «Desde la adolescencia me he rebelado contra las injusticias, participando en el movimiento estudiantil, en la lucha contra las guerras, en convocatorias por los derechos civiles y en el 15M». En cuanto a su formación, se define de la siguiente manera: «Un simple obrero y un pibe de barrio que sólo estudió FP». En alguna ocasión ha sido detenido por participar en revueltas callejeras. Su explicación al respecto: «No me avergüenzo de haber luchado, de haber defendido los derechos de todos y todas y de haber acabado detenido por ello, fruto de sus políticas de reprimir la disidencia. No sólo no me avergüenzo, sino que lo volvería a repetir». Alberto será parlamentario, tendrá voz y voto en la política nacional y gestionará nuestros impuestos.

Vuelvo al origen de mi pequeña reflexión navideña. Si mi argumento para votar es elegir a la opción que mejor gestionaría mi propio negocio del que depende el bienestar de mi familia (y tampoco me da la gana de pasar por alto faltas de respeto como lo del CGPJ), el margen de actuación con el que me encontré el día de las elecciones fue limitado. Por eliminación.

En realidad, casi da igual porque supongo que dentro de poco tendremos una nueva cita con las urnas. Pablo Iglesias debe demasiado a sus marcas en Cataluña y País Vasco, así que propone medidas inasumibles para los partidos constitucionalistas. Pedro Sánchez habla de diálogo, pero no escucha ni siquiera a los pesos pesados de su propio partido y no sabe que si pacta con los independentistas acabará fagocitado. Ciudadanos no tiene un paquete vinculante pese a su buena voluntad de permitir que haya gobernabilidad. Y el PP no encuentra con quien pactar (al margen de Rivera) porque el zapaterismo fue implacable en su táctica de aislamiento y la reacción popular en ese sentido fue la nada. Si hay nuevas elecciones, la cosa será entre PP y Podemos: los extremos mandarán.

Dicho lo cual, me voy a celebrar la Nochebuena con los míos. Felices Pascuas.