Tengo un amigo. Uno excelente, cuyo nombre prefiero omitir aunque obviamente lo recuerde a la perfección. Divergimos en cuestiones esenciales para la comprensión de este enloquecido mundo en el que vivimos. Racionalmente estamos en las antípodas: lo que para él es una verdad científica, para mí es intoxicación y propaganda. Lo que para mí suscita, como mínimo, una duda razonable, para él es una cuestión que numéricamente salva vidas.

Yo veo premeditación y alevosía; en definitiva, planificación para hacer ingeniería social desde la aparición de situaciones cambiantes de aparente emergencia que convergen en una agenda. Él sospecha tibiamente de que todo está deficientemente explicado, pero da por bueno lo mollar: nuestro cuerpo ya forma parte de un ente mayor, la sociedad, y no se puede atender a soluciones individuales: lo racional es funcionar todos a una, sin disensiones. No estamos en momentos de disentir.

Donde yo veo una caída irrecuperable de la libertad, él ve una concesión responsable y puntual. Agua y aceite. Por este camino de espinas en que la vida se convierte de tanto en cuando, muchos otros amigos se han quedado varados. Él, quizás el menos tibio de los intelectualmente mejor dotados, se agarra a una posición literalmente contraria a la mía. Sin embargo, me sigue considerando parte de su familia. Igual que yo a él. ¿Por qué? Porque nos da la gana y porque nunca nos hemos faltado el respeto.

Quizás todavía haya camino para la esperanza. Si así fuera, será a través de la diversidad.

 

PD: la foto ni tiene mucho que ver, pero me gusta.