Novak Djokovic, el mejor tenista de la historia, ha osado alzar la voz para decir que tiene pleno derecho a decidir qué entra de su piel para adentro. Mi aplauso para él. Otros, incluyendo a tenistas muy por debajo de su nivel, vomitarán cosas como: “¡Qué osadía! ¿Qué se habrá creído ese petulante? Pretende poder tomar decisiones libres y personales en cuanto a su salud… Desde luego, es que hay gente que pide imposibles. ¡Menudo negacionista de las vacunas que está hecho el serbio! Lo que hay que hacer es cumplir las normas, sean las que sean. Nosotros sólo tenemos que obedecer, que a nadie se le ocurra desbarrar y salir del rebaño. El que pida lo contrario es un frívolo”.

En fin, quizás debamos dar las gracias a que una celebridad mundial haya optado por vivir en coherencia: llevar a cabo aquello en lo que cree, así de simple, aunque las consecuencias para su carrera profesional y su integridad puedan ser de un alto impacto. Puede que con su ejemplo muchos se paren a reflexionar: esto NO va de si de las vacunas inmunizan o no (que ya se ha visto que lo hacen bien poco), sino de la libertad de poder decidir qué entra en el cuerpo de cada uno y de la existencia de una evidente coacción que no se frena  ni ante el mejor tenista de todos los tiempos. Una vez que ahora aceptas que tú no decides lo que entra en tu cuerpo, posiblemente nunca más podrás volver a hacerlo.

El ser humano lo es porque tiene capacidad de dudar. Dudar es sano. Dudar de las versiones oficiales es un interesante ejercicio, altamente recomendable. Y, si después de dudar, uno decide que desea inocularse 300 dosis de lo que sea, será su decisión y, por tanto, habrá que respetarla. Pero, ay, quien no desee inocularse nada, merece el mismo respeto y no debería verse coaccionado, confinado, limitado ni apestado. Ya se verá en qué queda todo esto.

 

La foto es de BBC