Seré breve. Vivimos tiempos convulsos, excitantes para los miopes y turbulentos para los que atesoran una mirada larga. Esto afecta a todos los órdenes de la vida, incluso a lo ontológico, pero centremos el foco ahora únicamente en la literatura, una vía de expresión artística y emocional que se supone es característica del ser humano. De aquí a poco, la literatura puede convertirse en un trampantojo virtual mediante la alienante inteligencia artificial, ese oscuro oxímoron que, una vez desbocado, sólo puede acabar en el transhumanismo.

Lo dicho, pongamos el foco en la literatura. Hablo desde mi experiencia de lector, de autor y de editor durante un buen número de años. En la actualidad, ojo a esto, existen multitud de títulos —y creciendo de forma geométrica— generados en un enorme porcentaje, cuando no es su totalidad, por los mal llamados asistentes virtuales (sí, el chat gpt 4 y las versiones mejoradas que vendrán). Luego llega el turno de hacer reseñas de esos libros para promover su lectura. ¿Y quién hace esas reseñas y valoraciones? Pues la propia IA, por supuesto. ¿Adónde nos lleva esa paradoja?

Nos lleva a una creación de literatura sin alma, que es valorada por otro ente carente de alma. Al margen del horror que supone producir arte como el que fabrica tornillos, el hecho real es que el ser humano —y sus puestos de trabajo— desaparece de esa ecuación y se convierte en un ser pasivo, poco más que una entelequia. Hacia ese triste escenario vamos si no ponemos ya en pie en pared. El precipicio, literario y de más cuestiones vitales, está un poco más cerca. Urge cavar una trinchera.

 

La ilustración es de enaccion.com