– Mira, yo estoy en contra de celebrar el día de la Hispanidad.

– ¿Y eso?

– Yo qué sé, pues porque sí. Porque no me siento español. Ni soy un fascista tampoco.

– ¿Ya sabes que durante la II República también se celebraba?

– Esto, no… ¡Pero no me negarás que la conquista de América fue una salvajada que no se puede celebrar!

–  Verás. En 1453 cayó Constantinopla a manos de los turcos otomanos de Mehmed II. Este asedio puso el punto y final a la Edad Media y taponó la Ruta de la Seda, el canal por el que las especias llegaban a Europa. Piensa que un saquito de pimienta en aquellos años equivalía a lo que un artesano medio llegaba a juntar a lo largo de toda una vida de trabajo. Así que España y Portugal, las principales potencias marítimas del momento, se pusieron manos a la obra para dar con vías de acceso alternativo a Catai y Cipango. Lisboa apostó por costear toda África y los Reyes Católicos se arriesgaron a sufragar el viaje de un tal Cristóbal Colón que aseguraba que hacia el Occidente existía un atajo. Obviamente se equivocó, pero por el camino se topó con América. España es el único país del mundo que ha descubierto todo un continente. Creo que es meritorio.

– Que sí, pero los conquistadores fueron unos salvajes que impusieron una religión, ¿o no?

– Es obvio que lo que hicieron no supera los estándares éticos del siglo XXI, pero tienes que ponerte las gafas del siglo XV para entender a aquellos hombres cuyos conocimientos eran muy limitados. Ni siquiera sabían que la Tierra es esférica. Hace 500 años no había forma de convencer a esos marineros de que la evangelización no era sino la única forma de lograr que los nativos tuviesen opción de alcanzar el paraíso. Lo creían a pies juntillas.

– Vale, eso lo puedo entender. Pero no tenían por qué conquistarlos con la espada…

– Bueno, lo que dices es una idea noble. Pero no ha sucedido ni una sola vez a lo largo de toda la historia de la Humanidad. Nunca. Lo que sin embargo sí fue algo nunca visto antes es lo que dijo la reina Isabel poco antes de morir: “Y no consientan ni den lugar que los indios reciban agravio alguno en sus personas y sus bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remedien”. Ya en 1.500 se dictó un decreto que prohibía la esclavitud, lo que supuso el punto de partida de las Leyes de Indias. El cumplimiento fue deficiente, hubo muertes y crímenes, pero no existe otro ejemplo de conquista que haya sido paralizada para celebrar un debate acerca de si los nativos tenían o no alma y merecían ser considerados súbditos. Insisto: ponte las gafas del siglo XV y piensa por ejemplo en lo que el general Custer haría varios cientos de años después en Norteamérica, donde por cierto no quedan muchos indígenas y sus idiomas y cultura han sido borrados en un grado infinitamente mayor que en la zona de influencia española. No puedes acusar a los españoles y pasar de puntillas por el resto de civilizaciones que han conquistado. Que han sido todas las que han podido.

– Quizás sea cierto eso, pero es que yo no veo nada heroico en aquellos militares españoles. Sólo iban en busca del oro y riquezas…

España contaba con unos cinco millones de habitantes cuando se produjo el hallazgo de América. Dominar y gestionar todo un continente con tan poco efectivos sí es una proeza. No es posible que Alejandro Magno y Napoleón sean dos finos estrategas y Hernán Cortés, que conquistó un territorio igualmente inmenso con un puñado de hombres, sea calificado únicamente como un asesino codicioso. Recuerda que si los aztecas, incas y muchos otros cayeron fue porque otros pueblos que estaban sojuzgados por ellos se unieron a los europeos. Y no olvides que, además de la rapiña (que la hubo), los españoles trajeron las universidades, los hospitales, la imprenta…

– No me convence. Yo es que no soy de banderas ni patrias. Por eso estoy en contra del día de la Hispanidad.

– La Hispanidad supone en definitiva que un barcelonés y bonaerense puedan a día de hoy intercambiar ciudades y entornos culturales con pocas diferencias. Fue don Miguel de Unamuno el que dimensionó este concepto de legado y nexo de unión. Tener cosas en común es apreciable.

– Quizás… Pero ya te digo que yo no soy de banderas ni patrias.

– ¿No fuiste el otro día a la Diada?

– Ejem, sí.