Aunque uno hace un ímprobo esfuerzo por estar apartado del ruido, el otro día me pasaron una noticia. Caí, le eché un vistazo. Con aparente júbilo se comentaba que el horizonte para lograr la singularidad se situaba, «según algunos expertos», incluso antes de la llegada de 2030, la fecha marcada en rojo sangre por los globalistas pata negra.

Con este término se pretende señalar el momento en el que la pavorosa inteligencia artificial superará el control que sobre ella todavía ejerce el ser humano, de modo que la máquina podrá ejercer de agente libre, incluso fundiéndose con nuestras falibles conciencias.
Siendo esta posibilidad algo horrible, lo curioso es que la noticia se vende como si se tratara de la llegada de una película largamente esperada por sus fans o como la celebración de un evento deportivo donde lo pasaremos de rechupete. Increíble el nivel de pastoreo.
¿Que se acaba la condición humana tal y como la hemos concebido hasta ahora? Pues por lo visto da igual que así sea. Dejarán de existir la duda, el mito, la intuición, el sueño, lo irracional… Todo será mensurable, predictible, logarítmico y absolutamente controlado. Nos enchufarán los contenidos de la Wkipedia de una tacada —qué estúpida proeza—, pero olvidaremos reírnos de lo absurdo. Y emocionarnos. Y también dudar.
No quedará espacio para lo privado, para lo íntimo, en esa posible apoteosis del control total. Es aterrador, pero nos venden la noticia como algo positivo, como algo de progreso. Acojonante. Como si fuera algo contra lo que no se puede luchar, ni tampoco se debe. En la medida de mis posibilidades, conmigo que no cuenten.