Asunto muy espinoso éste de los rescates, proclive a ser analizado de puntillas y desde la sensiblería. Reconozco que cuesta dar con soluciones a largo plazo, más allá de una actuación puntual que sirva como maquillaje de algún político ventajista que quiera colgarse la medalla de líder presuntamente solidario. Voy a intentar, con mi mejor voluntad, reflexionar y poner ideas en orden. 

¿Lo que hace el Open Arms es bueno o malo? En primer lugar hay que señalar que este barco no rescata náufragos, porque no se trata de personas que hayan sufrido un naufragio, sino de emigrantes que tratan de cruzar una frontera sin permiso. Puntualizado esto, la gran cuestión sería más bien si resulta conveniente o no recogerlos en el mar y colocarlos en Europa, para que sean los países receptores los que paguen su atención. Si cualquier persona con un mínimo de sensibilidad se topa con una embarcación repleta de gente desesperada y con riesgo de perder la vida, lo instintivo es ayudar. Todos lo haríamos. Muy bien, ya hemos concluido que somos buenas personas y, listo, asunto zanjado… ¿o no?

Ahora bien, si sabemos que prestando dicha ayuda estaremos enriqueciendo a mafias de tráfico de personas (cobran una media de 3.000 euros a cada pasajero), esto empieza a tener otro color. Si además conocemos que cada día zarpan muchas decenas de embarcaciones de la costa norte africana (principalmente desde Libia, un Estado fallido frente a Italia), entenderemos que el problema no son los ciento y pico que recogió hace poco el Open Arms, sino que se trata de algo constante, sin fin.

– ¿Qué hacemos entonces?, ¿trata usted de decirme que no hemos de socorrer a los que vagan por el mar tratando de llegar a Europa? Yo no soy ningún insensible ni racista, como son Salvini y sus socios. Nuestra obligación es socorrer.
– Querido amigo, lo que digo es que si subvencionamos con dinero de los impuestos (varios ayuntamientos españoles sufragan al Open Arms), ¿qué sentido tiene entonces defender las fronteras? Si en un punto exigimos un pasaporte y garantías para franquear el paso, mientras que por otro lado nosotros mismos abrimos la puerta de la inmigración ilegal, y además asumimos los costes, ¿no sería más sencillo eliminar las fronteras de una vez?
– Visto así, quizás tenga usted razón. Pero si acabásemos con las fronteras, mañana se nos cuelan en Ceuta y Melilla cientos de miles de personas, a las que no tenemos capacidad de atender. En unas semanas llegarían quizás millones de ellos…
– Pero, ¿no habíamos quedado en que usted es muy solidario y que tiene claro que nuestra obligación es la de socorrer a todos los que quieran llegar a España, ya sean legales o no?
– Esto… sí, pero con ciertos límites. No nos volvamos locos, tampoco quiero que mi sociedad desaparezca como tal.

Me temo que he ahí el quid de la cuestión. El discurso de comediantes como el Papa Francisco (le horrorizan las concertinas, pero reside en un palacio inexpugnable para todo tipo de emigrantes) o Richard Gere (se hace un par de fotos, despacha con Pedro Sánchez, ¡qué desgracia de mandatario!, y regresa a sus mansiones de EEUU, donde no se le conoce activismo real en la frontera con México) sirven para lavar nuestras conciencias de occidentales ante la tragedia diaria que es la vida en África. Pero me temo que hacer ganar dinero a las mafias no es una gran solución estructural.

Seamos serios. Ante una frontera sólo cabe una decisión posible: ¿se defiende o no se defiende? Lo que se hace ahora es simple cosmética, y de la mala. Si realmente, de verdad, queremos facilitar que todos los que deseen llegar a Europa puedan hacerlo, la única postura coherente es acabar con las fronteras… y estar dispuestos a abrir nuestras casas y compartir todos los recursos con los que vengan. ¿Son valientes y se apuntan? Quizás no es tan mala idea.

Voy a seguir pensando.

 

La fotografía es de confilegal.com