Desde que Zenón de Elea inventase la dialéctica, hace dos milenios y medio, está muy claro que quien le pone el nombre a las cosas de alguna manera se apropia de ellas, se hace con su alma. Eso es más antiguo que el hilo negro, pero no está de más recordarlo para tener la guardia levantada ante las embestidas de la propaganda más burda. A ver, ¿conocen ustedes a alguien que se posicione en contra del progreso, que prefiera el atraso? Piensen, hagan memoria… Nadie, ¿verdad?

Sucede que en 2019, en España, la etiqueta de progresista es un mantra que anula la capacidad crítica del interlocutor y que te sitúa por defecto en la parte buena de la ecuación, en lo correcto, en lo indiscutible. En lo bondadoso. Si yo soy progresista, no se me juzgue por los actos, sino por mis campanudas palabras. Es el lenguaje el que modela el pensamiento.

Veámoslo en un ejemplo: “Este nuevo Gobierno va a ser rotundamente progresista, porque estará integrado por fuerzas progresistas y porque va a trabajar por el progreso de España”. Palabras literales de Pedro Sánchez para anunciar ayer su acuerdo de Gobierno con Podemos. No he escuchado a nadie relevante dudar de la legitimidad de esta terminología. Está claro, por tanto, que estamos ante un Gobierno que nos conviene como país.

– Oiga, yo no estoy de acuerdo con este señor que carece de principios y que nos va a freír a impuestos. Y también me considero progresista.

– Pues lamento comunicarle que ha llegado tarde al reparto de pegatinas. Si usted no comulga con Sánchez, está acabado como progresista. Es más, lo que le queda es ser tildado de reaccionario, franquista o, todo lo más, apolítico. Escoja.

– Imagino que estará usted de broma. Este tal Sánchez, que desconoce la verdad y que le da lo mismo Juana que su hermana, no va a ser el que expida carnés para validar quién está o no a favor del progreso. No señor. Ni tampoco su socio Pablo Iglesias, porque si ese tipo se define como comunista sabrá que la estricta aplicación de la teoría marxista conduce a una dictadura, la del proletariado, y a un sistema de partido único. ¿Es que eso es ser progresista?

– Querido amigo, se ponga como se ponga, el Mester de Progresía es un club con derecho de admisión. Da igual que la inversión salga espantada cuando escucha que sobran Amancios Ortega y faltan Echeniques. La verdad única ya está proclamada y así lo dictan las televisiones, todas al servicio de esta visión maniquea, en un país como el nuestro, con un índice de lectura subterráneo y tendente a la hemiplejia.

Una vez más, el ideólogo de este prodigio de alucinación masiva es don Iván Redondo, el gurú que le dice al oído a Sánchez lo que debe hacer en cada momento. “El coche rojo es la leche en este país”: todo está resumido en esa consigna, no hay nada admisible más allá. Nada es nada. Por tanto, brindo mi más encendido aplauso al más brillante de los pensadores del circo político.

– Me ha convencido usted, así que me paso al bando de los vencedores. ¡Buenos y progresistas días!

 

La foto es de La Razón