La RAE define el término gerontocracia de la siguiente manera: Gobierno o dominio ejercido por los ancianos. Bien, permítanme una sugerencia a la que llevo tiempo dando vueltas. Considero que los cargos políticos de relevancia (hablo de presidentes, ministros, secretarios de Estado…) deberían estar a disposición únicamente de las personas con 60 años cumplidos que presenten un historial judicial absolutamente intachable. En nuestra sociedad, un ciudadano con seis décadas de vida normalmente se encuentra en perfecto uso de sus facultades mentales y físicas, y además posee experiencia vital: ha sufrido pérdidas, desengaños y éxitos que le aportan un bagaje del que un tipo de mediana edad carece. Dispensen que sea escéptico cuando la juventud de un candidato se vende como una virtud. Para mí no lo es necesariamente.

Resumo: yo mismo con 41 años cumplidos resultaría más eficiente en un cargo público ahora que hace dos lustros. Con seguridad. Ya sabemos que el poder corrompe, pero una persona con 60 años de demostrada fiabilidad jurídica (cero condenas e incluso podríamos hablar de imputaciones) es en principio menos candidato a meter la mano en la caja que alguien con su carrera profesional todavía por definir. Reduciríamos el margen de error en la elección. Si usted ha vivido lo suficiente y ha demostrado ser intachable, entonces y sólo entonces será digno de erigirse en gestor de la cosa pública y manejar el dinero de todos. Sería como un privilegio que hay que ganar. Cada vez que lo pienso estoy más convencido.

El 21 de octubre de 1984, Ronald Reagan se midió al demócrata Walter Mondale en un debate televisado. El aspirante le echó en cara su avanzada edad para tratar de hacerlo parecer como un carcamal ante la audiencia. El astuto ex actor le dio la vuelta a la tortilla y su réplica resultó demoledora. Literalmente dijo: «No voy a transformar la edad en un tema de campaña. No voy a explotar, por razones políticas, la juventud e inexperiencia de mi adversario». Ya sabemos quién acabó ganando las elecciones…

Comento otro asunto al que quizás habría que darle una vuelta. «Ostracismo era una manera de votar con la intención de proteger a la ciudad de aspirantes que pudieran resultar despóticos en el poder. El resultado del voto del ostracismo sólo era válido si había al menos un quorum de 6.000 ciudadanos presentes. El candidato con mayor número de votos en contra estaba obligado a emigrar de Atenas por un periodo de diez años». Pericles, Kimon, Aristeides, Sócrates y muchos otros pensadores bandera de la democracia como sistema de gobierno abanderaron esta variante hace algunos milenios por el que la ciudadanía podía elegir qué político quería fuera de juego. Era una especie de votación a la inversa. No creo que a día de hoy sea necesario el destierro, pero como concepto no está mal que se permita borrar a la opción que la mayoría considere el mal mayor.

 

Pasen un excelente domingo.