El autor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa fijó para la eternidad el concepto literario de lo inamovible vestido de novedad: cambiar todo para que nada cambie. Tal sentencia es perfectamente aplicable a lo que sucede en Cataluña tras las elecciones del 21-D: el mapa político continúa absolutamente fracturado con una sociedad dividida casi al cincuenta por ciento cuyas dos mitades no pueden ignorarse, con los votos flotantes de la marca blanca de Podemos, amantes de una equidistancia imposible y de estar al mismo tiempo en la ley vigente y en el golpismo. Inmadurez, que se llama. 

Después de votar, todos los participantes pierden. La indiscutible ganadora, Inés Arrimadas, no podrá formar Gobierno. Puigdemont ha salvado el match-ball de ser la primera fuerza independentista, pero pierde la legitimidad de ser la lista más votada. ERC no ha logrado pasar por la derecha a su íntimo amigo-enemigo de peinado imposible. Iceta se ha quedado en lo que estaba, Podemos igual, los radicales de la CUP han perdido votos y grupo propio… y el PP se ha convertido en algo residual en Cataluña, como ya le sucede en el País Vasco. Deberá, por cierto, compartir Grupo Mixto con la CUP. Al menos eso va a ser divertido.

Pienso que Rajoy es la mejor metáfora de lo que está pasando. Por vez primera en décadas el país se ha abrazado a sus símbolos nacionales y en Barcelona ha salido a la calle más de un millón de personas a alzar la voz y defender la aplicación del 155 y la intervención de su propio gobierno. Parece el mejor caldo de cultivo para que quien lo aplique logre réditos políticos. Pues no, la absoluta inacción y cobardía de dejar el 155 a la mitad, con una teórica presidenta de la Generalidad (Soraya) desaparecida de Cataluña y la permisividad con muchos medios de comunicación catalanes que legitiman la ruptura unilateral (TV3, Rac…) y hablan de presos políticos y de presidente en el exilio (en lugar de políticos presos y presidente fugado), unido a una capacidad pedagógica cero de explicar las vías que la Constitución ampara para una posible escisión de una parte del Estado, ha permitido que nada cambie y que el PP salga pésimamente parado de las elecciones.

¿Qué va a pasar? La internacionalización del conflicto va a marcar el futuro o eso pienso yo. Posiblemente se vaya a un referéndum pactado de aquí a un par de años, aunque la madre del cordero será quién tiene derecho a votar: una parte por el todo (sólo los residentes en Cataluña) o todos los implicados (todos los residentes en España). He ahí la gran cuestión.